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Aula 2

BEREBERES.

Ya estábamos en otra aula: en segundo nos habían cambiado a una más pequeña con las ventanas “al otro lado” y la tarima y la mesa de los profesores pegadas a las dos primeras bancas de la hilera de la izquierda (este dato no es baladí: conformó una circunstancia importantísima en el descubrimiento de, ejem, determinadas visiones que unidas a nuestra revolución hormonal ¡iban a suponer tanto!); Dº Francisco Ortiz (“el magdaleno”) había causado estragos mandando copiar a diestro y siniestro temas del libro de Lengua o poniendo puntos positivos o negativos, según correspondiera (también nos ilustró sobre el procedimiento de parodiarse hitleriano con un peine de bolsillo).

Pero eran ya inicios del otoño del 72, todo unos mozalbetes de 3º: cafreábamos en el aula o por los pasillos entre clase y clase igual que siempre, sudando y oliendo –aún no eran obligadas las duchas diarias-, mientras llegaba el profesor o la profesora de turno; en este caso resultó ser una señora mayor, con acento y modos peculiares, que lo primero que hizo, al ver el desbarajuste que armábamos, fue castigarnos jurando en arameo; quizás por su fastidio , quizás por el efecto pigmalion, ese talante digamos agrio marcó los análisis sintácticos o aquello del se antes que el me; y empezó la clase: y leyó aquello de “LOS NIÑOS BEREBERES”. ¿Qué habrá sido de doña Patrocinio Cruz?

De los otros niños… “estamos”.

 

Un abrazo a todos,

 

José Cordero.

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